Se supone que todas las familias se quieren. Se besan, se abrazan. Se aman, incluso. Pero no. No es así.
He visto suficientes bodas como para saber que el espectro es enorme, y si en ello metemos la capacidad expresar esas emociones en público, el número de familias que muestran su amor sin pudor roza lo extraordinario. Escasito, escasito, cuanto menos.
No con Inma y Víctor. El amor que se profesan, los besos, los cariños, los abrazos, el júbilo, las emociones desbordadas de grandes y pequeños, de unos y otros, familiares y amigos es embriagador. Embriaga. Es tan desbordante, que me voy a quedar con ESO de esta boda. El resto, sinceramente, es secundario.
Si os quedáis con ganas de más, echadle un ojo al vídeo de esta boda.
Disfrutad.