Honor. Humor. Amor. Espiritualidad. Lealtad. Libertad.
Seis Valores. Podrían ser más, podrían ser menos. Podrían ser otros. Pero son los que he ido añadiendo a mi Ser a lo largo de la vida, rumiados, agregados y atesorados sin prisa, de manera orgánica, conscientemente.
La cosa no va de elegir unos u otros, ni que sean tres o seis. Va de tenerlos. Los tuyos. Sin negociar con nadie salvo tú mismo. Y cuando integras uno de ellos, ya no son negociables: negar tus Valores es negarte a ti mismo. Es ceder tu Poder Personal a cualquier otra cosa, persona o circunstancia que no eres tú mismo, y eso es malo. En esa lista no entra nadie salvo tú. Nadie es NADIE. Tú los eliges, los defines, los moldeas, los integras.
Los Valores son tu perímetro interior, tus pilares, tu esqueleto. Lo que delimita dónde acabas tú y empieza lo demás. En este mundo líquido las fronteras son dúctiles, sí, pero tus fronteras interiores deben ser inquebrantables. Una vez cimentados tus Valores, serás capaz de saber cuándo uno de ellos está siendo atacado, y por tanto entras en territorio tóxico, territorio malo. Caca. Fuera. Y te alejas, sin más, porque negociar un Valor es como negociar quién eres tú, y eso solo se hace con el tipo del espejo, no con los demás.
Podemos tener cada uno de ellos más o menos alimentado, pero ninguno puede entrar en Carencia por demasiado tiempo, acaso nunca. Y cuando logras que la mayoría esté bien alimentado, sabrás que eres feliz; solo tú puedes decir cómo y cuándo eso ocurre con cada uno de ellos, pero es absolutamente vital que lo hagas porque sin ellos somos un barco sin brújula, a merced de los vientos.
Un sabio arquitecto decía: “si quieres saber si un edificio está bien planteado, visita el parking: en sus pilares se muestra en toda su crudeza la idea del conjunto.”
Visita tu parking interior. Y llénalo de Valores. El resto, es información circunstancial.